19/02/2014
Desde diversos ámbitos de la izquierda política, se oyen voces defendiendo a los niños en el vientre de la madre. Nos hacemos eco hoy, del artículo de Félix García Moriyón, profesor de filosofía en bachillerato y anarquista libertario, militante de la CGT.
"Estaba en su programa y al final el PP ha promulgado una nueva ley del aborto.
Ha sido un proyecto elaborado por Gallardón, uno de los ministros que,
como bien sabíamos en Madrid, pertenece al ala más conservadora del
partido. Como era de esperar, la polémica generada ha sido dura, como
siempre suelen serlo los debates en torno al aborto o interrupción del embarazo.
La visión más
simplificada del tema, pero también la que domina los medios de
comunicación es que hay dos bandos enfrentados. Por un lado los
progresistas, en general gente de «izquierdas», defensores de los
derechos de las mujeres, que ven en esta ley un retroceso a tiempos
remotos, reaccionarios y patriarcales; y por el otro lado los
conservadores, en general gente de derechas, defensores de la vida del
embrión y el feto que consideran que debe ser protegido jurídicamente.
El
campo está, como digo, perfectamente delimitado, y las
descalificaciones son mutuas. Para los primeros, los «progresistas», el
otro bando lo componen sobre todo gente que no respeta a las mujeres y
sus derechos, defensores de una sociedad patriarcal de mujeres sometidas
y son enemigos manifiestos de la libertad de decisión. Para los
segundos, «los conservadores», el otro bando se compone de personas
egoístas, encerradas en un individualismo que desprecia la vida de lo
que supone un obstáculo en su desarrollo personal.
La retahíla de descalificaciones mutuas es bastante amplia y la
posibilidad de llegar a un acuerdo parece remota. Es un debate en el que
se sienten bastante incómodas las personas que son al mismo tiempo
«progresistas», militantes de «izquierdas», comprometidos con los
derechos de la mujer, pero que consideran que el aborto es moralmente
malo. Ese es mi caso particular.
El
cruce de descalificaciones recíprocas que caracteriza el debate actual
hace desaconsejable meterse en ese charco, pero creo que puede venir
bien recordar algunas cuestiones, sin ánimo de cerrar el debate. Sé que
definirse como antiabortista es, además de una simplificación
intencionada que pretendo luego aclarar, una provocación en un contexto
como este en el que la casi totalidad de los lectores muy probablemente
sean pro-abortistas. ¡Qué le vamos a hacer! Mi vinculación al
pensamiento y la práctica libertaria siempre me ha exigido seguir
pensando por mi mismo.
El
núcleo de la disputas, lo que realmente se discute en última instancia,
es el estatus antropológico del embrión/feto. Para unos, desde los
primeros momentos, se inicia un proceso que, salvo interrupciones
accidentales o voluntarias, dará lugar a un persona humana lo que exige
protegerlo como tal. Es más, la carga de la prueba, por así decirlo, no
está en quienes nos oponemos moralmente al aborto, sino en quienes lo
defienden. Por descontado que estas personas consideran que no tiene ese
estatus antropológico y, por tanto, no debe ser protegido, pero son
ellas las que deben señalar por qué a partir de un determinado momento,
digamos 14 ó 18 semanas, es ya una persona y antes no.
Una consecuencia de esto es que, curiosamente, puede ser
incluso más inmoral una ley de supuestos que una ley de plazos, puesto
que si consideramos que el estatus del embrión/feto es inviolable, lo
será independientemente de que sea producto de una violación o que
presente malformaciones (excepto quizás algunas excesivamente graves),
como es el caso del síndrome de Down (apenas nacen ya niños con ese
síndrome). Y si se considera que no tiene ese estatus, lo que procede es
una ley de plazos: no es una «persona», por lo tanto decido lo que me
parece oportuno y no tengo que dar explicaciones ni justificaciones de
mi decisión.
No
está en cuestión, por tanto, el derecho a decidir de las mujeres ni de
nadie, sino saber si se tiene derecho a decidir sobre la continuidad de
un embrión/feto. Por dejarlo claro, casi nadie pone en duda que sea
correcto que la ley prohíba que la gente venda su sangre o un órgano: no
se reconoce en esos y otros casos, la libertad de elección. La libertad
de decisión es un requisito de la vida moral plena, pero de ahí no se
sigue que lo que decidimos libremente sea moralmente aceptable.
Del
mismo modo, no procede embarcarse en un creciente proceso de
descalificaciones mutuas. Uno puede, perfectamente, ser radicalmente
feminista (un ámbito en el que hay cierta variedad de posiciones), pero
estar en contra del aborto. Y del mismo modo, una persona puede
considerar que el embrión/feto no es una persona, por lo que no tiene
ningún sentido acusarla de asesinato cuando practica la interrupción el
embarazo. Como decía al principio, conviene tener más sensatez en estas
discusiones y más comprensión de la posición contraria.
Tampoco
resulta sensato recurrir a ejemplos extremos de violaciones,
malformaciones graves, situaciones socio-económicas deplorables… Todo
eso son circunstancias que explican por qué la gente se ve forzada a
abortar, pero las explicaciones no son justificaciones. Por otra parte,
la proporción de abortos debidos a esas causas es muy pequeña para que
debamos enciscar el debate con esos casos. Más vale buscar caminos
intermedios que hagan posible la convivencia, aunque en casos como este a
lo más que podamos aspirar es a una tensa coexistencia. Un primer paso
es distinguir entre la ley y la moral. Es cierto que las leyes deben
estar muy próximas a las normas morales, pero los dos ámbitos no
coinciden exactamente, lo que deja margen para que puedan ser aprobadas
leyes de dudosa validez moral. Las leyes sobre la propiedad privada, por
ejemplo, se alejan con cierta frecuencia de criterios morales
elementales y por eso algunas personas, aunque seamos una minoría (la
verdad moral tampoco se vota, se fundamenta argumentativamente) luchamos
por su desaparición.
Eso
deja un amplio margen para que, si existe una ley de plazos, los
partidarios del aborto podrán ejércelo y quienes están en contra,
desarrollarán políticas sociales encaminadas a que disminuya
significativamente la práctica del mismo, al margen de lo que diga la
ley. Y, claro está, seguirán luchando para que las leyes se aproximen lo
más posible a los estándares morales que consideran fundamentales. Eso
es lo que pasa en todos los ámbitos de la vida de las personas. Acabo de
mencionar el caso de las leyes sobre la propiedad privada y puedo
añadir, por ejemplo, las leyes inspiradas en el neoliberalismo radical
que algunos, como yo mismo, las consideramos profundamente inmorales y
luchamos para derogarlas y modificarlas.
Evitar
las descalificaciones desproporcionadas no resuelve al problema, sin
duda, pero hace más llevadero el enfrentamiento e incluso permite
encontrar campos en los que es posible colaborar. Por ejemplo,
antiabortistas y abortistas pueden participar activamente en mejorar las
condiciones de existencia que explican una parte nada despreciable de
los abortos. Y además podemos avanzar en una reflexión de más calado
sobre el auge de las políticas neomalthusianas y de las prácticas
eugenésicas, que guardan alguna relación de fondo con la práctica del
aborto."
Autor: Félix García Moriyón