La filosofía en España. Necrológica
| El Mundo | Miguel García-Baró, Olga Belmonte García | 09/10/13 |
«Para oponer a lo absurdo y su violencia una libertad interior, hay que haber recibido una educación» (Emmanuel Levinas).
Hace un par de años, en la civilizada sociedad chilena, el último gran
terremoto dio paso inmediatamente a una ola de saqueos; hace 15 días,
las tormentas que asolaban México desencadenaron un fenómeno de la misma
clase; hace poco tiempo, con ocasión de otra catástrofe en la India, en
Italia, en Rusia, en Nigeria… Miremos a donde miremos, y aunque siempre
se puedan recordar también excepciones notabilísimas, este mundo, en el
que los niveles de alfabetización, escolarización y capacitación
profesional son mucho más altos que en cualquier otra época histórica,
sigue mostrándonos que, en cuanto se levanta el imperio público de las
leyes, la humanidad prescinde, en general, de los comportamientos
morales, salta por encima de los valores convencionales y prueba
clamorosamente que el esfuerzo por la auténtica cultura está, después de
tantos siglos, apenas en mantillas. Hay un fondo de barbarie siempre
buscando el anillo que vuelve invisible, como en el viejo cuento que
relata Heródoto, para poder gozar sin problemas de lo que no es lícito
habitualmente. ¿Cómo no vamos a sentirnos preocupados y desafiados por
esta constatación tan triste todos los que trabajamos en la enseñanza?
¿Es que también para nosotros los contenidos de lo que tratamos de
trasmitir son sólo adornos superficiales de la barbarie y, a lo más,
técnicas de supervivencia de muy varios estilos?
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